El lenguaje del amor

Uno nunca sabe cuánto va a durar un amor antes de que el tiempo lo erosione lo suficiente para que ninguno de los amantes tenga dudas de que el fin está al caer. Una ilusión compartida que nació sin que se sepa cómo, y que sin aviso previo se transformó en pasión, en arrebato y confusión, incapaces las mentes ciegas de los amantes de seguir el ritmo de los impulsos desbordados, desbocados, que persiguen el gozo constante con un apetito devorador que solo desparece con los cuerpos extenuados para aparecer de nuevo tras un descanso inevitable e interminable que permite a los amados, apenas recuperados, proseguir el ritual de autoconsunción en el que a través de la sublimación erótica de los sentidos se enajenan voluntariamente de sí mismos para convertirse -vano intento- literal y corpóreamente y espiritualmente en su otro yo, ese que es el otro pero consiente en dejar de serlo, en dejarse ocupar el cuerpo y el alma para ocupar a su vez los de su amor en una liturgia fundacional en la que a través del intercambio de fluidos se busca el intercambio de cuerpos y de almas y ser cada uno el otro, fagocitar al otro, y morir si fuese preciso cada uno en el proceso; de morir y de matar para poseer y ser poseído, en el sentido más radical y primitivo al tiempo que místico y sublime.

Esa lucha por la supervivencia a través de un proceso de mutua aniquilación; ese agujero negro que absorbe a los amantes, ese canibalismo primitivo de querer devorar a la persona amada para vivir en ella, siendo ella, ese suicidio tácitamente pactado que no acaba con la muerte física pero sí con la espiritual al renunciar cada uno a su esencia fundamental para aceptar la del otro, esa inmolación feliz de las conciencias por fuerza debe tener una corta duración. Las almas se agotan y el instinto de supervivencia, tan ciegamente desoído, termina por apaciguar la locura de los amantes, evitando el crimen y el castigo de ambos, criminales y víctimas uno del otro. Han experimentado en el proceso vivencias enajenantes comparables a la que los herméticos practicantes de ritos esotéricos no dudarían en aproximar a las que sufren y gozan quienes suben a los cielos y bajan a los infiernos; y de algún modo regresan.

El problema del lenguaje es que encorsetar de tal modo nuestra mente que nos obliga a utilizar términos insuficientes o erróneos para verbalizar nuestras ideas, sentimientos, percepciones y cualquier cosa que tenga que ver con la propia subjetividad, el propio ser, el Yo, y claro, el super Yo. Verá usted , esto me pasa siempre que intento hablar de mí mismo de un modo más o menos objetivo: caigo en la doble trampa del autoengaño y de las limitaciones verbales del idioma. El autoengaño me lleva a creer que estoy siendo objetivo con mis sentimientos (¿va usted captando la magnitud del problema?), que he sabido distanciarme y hasta mostrarme tan frío analizando cada uno de sus aspectos como si lo hiciera con alguno de mis estúpidos pacientes. Y eso es una trampa que nos tendemos para confirmar nuestra objetividad como psiquiatras y de paso ofrecerle un caramelito a nuestro ego egoísta (por definición, sin juegos de palabras.)

Las limitaciones idiomáticas son más o menos lo mismo, pero sin caramelito. Al no saber expresar tus sentimientos sin recurrir a metáforas, analogías o incluso hipérboles, que casualmente te dejan en la estacada cuando más las necesitas, como acostumbraban hacer mis tres exnovias, a las que nombro para dejar claro que no soy un neófito en lo referente al sexo opuesto, y utilizo el adjetivo con cálculo pero sin segundas, tras descartar otros menos controvertidos pero inevitablemente más banales, más superfluos… edulcorados me atrevo a decir; mala cosa esto de la corrección política, ¿no cree, amigo? Para mí es transparente como como el tercer ojo de buda: si alguien no tiene un sexo como el mío es que tiene el opuesto; y santas pascuas. Disculpe esta breve digresión que no tenía otra finalidad que mostrarle a usted la verdad llana y simple a través de la evidencia cruda; la mía, pero tan válida como la de cualquier otro.Porque nuestra percepción del mundo es maniquea, dualista, dicotómicamente simple en definitiva. Y si no lo pilla a ver si lo convenzo ilustrándolo: carne o pescado, facha o rojo, macho alfa o mariconazo, fiel a tu señora o pichabrava, culpable o inocente, Madrid o Barça, monárquico o republicano, santa o puta… ¿Le suenan estas encerronas?¿Entiende ahora lo que quiero decir? ¿El alcance de la confabulación? ¡Qué digo! ¡De la conspiración! Los romanos de antes, los de los césares digo, llamaban a este tipo de planteamientos “de tercero excluido” o en su idioma: “Tertium non datur”. Nuestra mente, querido amigo, tiende a simplificar el número de elementos a tener en cuenta al resolver un problema porque piensa que así el problema se simplifica y, por consiguiente , será más fácil encontrar una solución (le suena “la navaja de Occam” supongo, usted es -no se me ha escapado ni con esta inoportuna crisis de ansiedad – un hombre cultivado y de mundo , señor mío alguien que está al cabo de la calle de ciertas cosas que la mayoría nunca imaginaría.. Pero hay algo que pasan por alto, algo esencial: cuantas menos palabras sean precisas para enunciar un problema que pueda ser comprendido al oírlo por cualquier mente pasablemente racional, mayor será la probabilidad de que ese problema sea malinterpretado por el oyente o incluso incomprendido por completo. Por eso le dije antes que aquí no había caramelito para el ego. Aquí, en el campo de la sintáctica, la semántica, la ortografía, los condenados acentos y otros diminutos objetos que han de flotar sobre la letra precisa, las diéresis, los hiatos, todas las putas licencias poéticas y hasta la misma caligrafía se confabulan para que el menor de los errores estropee, trastoque, altere o invierta el significado de aquello que tratas de exponer claramente con tu mejor voluntad . Y si eso que intentas expresar para que se entere hasta la tonta de la clase de primaria (que, fíjese en la coincidencia, fueron sucesivamente cada una de mis tres novias, exnovias quiero decir, faltaría más.) es una proposición lógica, un triste problemita algebraico o, ¡Dios no lo permita!, un sencillo dilema del tipo “tercero excluido” -por supuesto mal planteado, un falso dilema- entonces caballero ya podemos hablar de cuantas dicotomías estúpidas y manidas usted desee. El sencillo problemita quedará inconcluso.

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